lunes, 20 de enero de 2014

UN TELEGRAMA INESPERADO





- Mire usted, a ver como se lo cuento. La culpa de todo la tuvo el telegrama, el maldito telegrama. Hasta que llegó, nosotros no teníamos ningún problema, pero ninguno. No éramos más que dos viejos que vivíamos tan tranquilos en su pueblo, sin hacer daño a nadie.  Nos apañábamos con las dos pensiones. Una miseria, sabe usted, pero aquí en el pueblo nos arreglamos con bien poco. Pues eso, cuidábamos el bancal, ahí sacábamos algún dinerillo, con las patatas, las tomateras  y el huerto y cuatro  naranjos, pues tan ricamente. Espere, espere usted, que le voy a dar unas cuantas naranjas.
- A ver, Juan, no tiene usted que darme nada. Se lo agradezco, pero cuénteme lo del telegrama.
- Nada mujer, nada, no hay nada que agradecer. Ya verá que buenas, estas no son como las de los supermercados, que son puro aguachirle. Ya verá, ya.
Como le iba diciendo, pues, que el Andrés y yo siempre hemos vivido muy tranquilos, sin meternos con nadie. Claro que cuando jóvenes teníamos nuestras novias, no se vaya usted a pensar. Pero la cosa no resultó, ni para él ni para mí. Yo rondaba a una moza de Cantoria, y bien guapa que era. Pero al final se casó con un camionero de Córdoba y se fueron a la Argentina, y de mí ni acordarse. Y eso que le escribí varias veces. Le mandaba mis dibujos, hasta poesías le mandé. Antonia, se llamaba, y tenía unos ojos como dos luceros.  No me ponga usted esa cara, que porque los pobres no tengamos estudios no quiere decir que no tengamos sentimientos. Tantos como cualquiera, a ver.  O que se cree.
No mujer, no se disculpe, si da igual. Ahora ya todo da igual. Unos años después se murió el camionero, o eso me dijeron los primos, pero ya no volvió a aparecer por aquí. Le volví a escribir, pero nada. Ni respondió siquiera.
No era buena, esa mujer. Le digo yo que no era buena.
 ¿El Andrés? ¡Ay, de ese ni le cuento! Un conquistador estaba hecho. Sí ríase, mujer, ríase. Mire la foto, mire que apañado que estaba. El de la izquierda, el guapo. El otro, el de la derecha soy yo. Mi hermano cuando joven era un galán. Se llevaba a las mujeres de calle. Por donde iba arrasaba.
- Y el telegrama…
- Tranquila, tranquila, que cada cosa a su tiempo. Hay que ver que prisas llevan ustedes siempre, los de la capital. Pues el telegrama llegó el jueves pasado, lo trajo el Agapito. El cartero, mujer,  ¿quién va a ser? Y nos quedamos los dos (el Agapito y yo) esperando a que el Andrés lo abriera para enterarnos de qué ponía, que no se crea usted que llegan muchos telegramas al pueblo. De uvas a peras. Pero que si quieres arroz, no le dio la gana de abrirlo delante  de nosotros. Lo cogió, se lo metió en el bolsillo, y  se largó tan pancho, y ahí nos dejó a los dos con un palmo de narices.
Plantaos, nos dejó.
- Pero usted dijo en la comisaría que lo había leído.
- ¡Pues claro! En cuanto se durmió esa noche, le hurgué en el pantalón y allí estaba. Bien dobladito en el bolsillo. Ponía;
“Llego domingo Madrid. Vuelo Buenos Aires, 14.30, terminal 4, Barajas. Deseando verte. Un abrazo.
Tu Antonia”
 ¡Tu Antonia!  Venía de Buenos Aires, de la Argentina.
- ¿Y nada más?
- ¿Cómo, nada más? ¿Es que no tiene usted bastante?  Era de la Antonia, ¡Mi Antonia!  Y la muy pendeja le escribe a él. Si le digo yo que esa mujer no es buena. Cuando lo leí me puse como loco. “A este lo mato yo” pensé. “A este lo mato. Al cabronazo este de mierda”. Es verdad, lo reconozco. Eso fue lo que me pasó por la cabeza. Y que de haber podido la hubiera matado a ella en ese mismísimo momento. Como hay Dios que lo hubiera hecho. Lo único que Buenos Aires me pilla un poco retirado, ya ve. Si le digo la verdad, tenía pensamiento de ir a Madrid este domingo, pero aparecieron ustedes montando jaleo, con los coches patrullas y todo eso, que parecía esto una feria. Que tampoco es para tanto, digo yo.
- ¿Le parece a usted que un asesinato no es para tanto?
- ¡Asesinato! ¿Qué asesinato ni que niño muerto?  Un accidente sin más, otro viejo que se muere, ya ve que cosa.
- Pero entonces ¿mató usted a su hermano o no lo mató?  Porque usted firmó una declaración en la comisaría. Usted confesó que lo había matado.
- ¡Mujer! Matar lo que se dice matar… lo maté un poco solo. No del todo. Lo único que el Andrés siempre fue un blanducho,  no tenía ni media bofetada. Mucha fachada, pero nada detrás. Y  lo de la comisaria, ¡qué sé yo! Si me traían loco a preguntas. Que yo no soy más que un pobre viejo, con tal de que me dejaran en paz, firmé lo que se les puso a ellos.
- ¿Dice usted qué lo mató un poco solo? A ver, Juan, deje ya de decir disparates. O se mata a la gente o no se le mata. A ver cómo le explica usted eso al juez.
- Así fue, y no se me engalle usted señorita, que no tengo yo necesidad de pasar disgustos. Así me agradece usted las naranjas. Que yo se lo voy a explicar y usted lo va a entender, clarito, clarito. Con lo bonica que es usted de cara ¡Vaya mujer brava! Que lo que pasó es que cuando leí el telegrama me puse como loco…
- Eso ya lo ha dicho. Abreviando, Juan, abreviando.
- … y lo sacudí para que se despertara. Pero no había plan, que estaba borracho como una cuba. Cagado del susto del telegrama, que le digo, que no se le había ocurrido otra que emborracharse. Asustado de vérselas con una hembra de verdad, ese  era mi Andrés. Y tanta rabia me dio de que fuera tan cobarde que el di un empellón, y de esas lo mandé directo a la cocina.
- A la chimenea, quiere decir. A su hermano lo encontraron junto a la chimenea.
- Eso, mujer, si es lo mismo.  Que aquí la llamamos así. Y con tan mala pata le empujé que se dio con el filo y se abrió la cabeza. Que a ver qué culpa tengo yo de eso. La culpa será del albañil, que quien les manda a ellos poner esos ladrillos tan filosos.
- Del albañil. La culpa, del albañil.
- Y tanto.  Y de mi hermano por borracho y calzonazos. Lo que yo le diga.
- Está bien, Juan. Acérqueme el bolso, haga el favor.  Creo que ya lo tengo todo claro, de todas formas mañana me pasaré otra vez para seguir preparando su defensa. No se le ocurra salir de la casa por nada, le recuerdo que está usted bajo fianza.
- No, mujer, no. Adónde voy a ir yo, con todo el pueblo pendiente, que son unos goleores (*). Mejor me quedo en mi casita. Hala, a seguir bien, mujer. Y no se deje usted las naranjas. Ya verá que ricas. Y defiéndame bien, que le voy a preparar para mañana unas patatas que ya verá, ya.
Vera, 2 de enero de 2014

(*) goleores = cotillas. (de oler, husmear, oledores… goleores).






3 comentarios:

  1. Gracias Marta. Sospecho que eres casi mi unica lectora. Un beso.

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  2. Hola Pilar. Soy Mariló. Un relato cargado de frescura que me ha hecho sonreír más de una vez. Te seguiré leyendo pero poco a poco porque tienes ¡un montón! de relatos. Un beso

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  3. Hola Pilar. Soy Mariló. Un relato cargado de frescura que me ha hecho sonreír más de una vez. Te seguiré leyendo pero poco a poco porque tienes ¡un montón! de relatos. Un beso

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