Arturo era un ladrón de sueños. Era un
ladrón muy profesional. Entraba por las ventanas cuando la gente dormía y les
sacaba los sueños con mucho cuidadito por la nariz. Luego los metía en pequeños
botes y se los llevaba en un macuto.
Como
era tan habilidoso la gente ni se daba cuenta de que le habían robado. Nunca
forzaba las ventanas, las abría con pequeñas ganzúas. Nunca dejaba huellas. Al
cabo de un tiempo, sin embargo, sus víctimas empezaban a encontrarse raras.
Entonces iban al médico;
─
Doctor, no sé que me pasa, ya no duermo como antes.
─
¿Pero por qué, no consigues dormirte?
─
Sí, sí que me duermo, pero me levanto como si nada.
El
doctor, que era viejo, les miraba por encima de los anteojos y les decía;
─ Ve donde Arturo y dile que te devuelva tus sueños.
Y
eso hacían.
Pero
Arturo nunca se los devolvía completos. Como mucho les daba un trocito para que
se fueran apañando pero la mayor parte del sueño se la quedaba él.
No
podía devolvérselos.
Si
los robaba era porque le hacían falta.
Es
que Arturo nació sin sueños. Desde pequeño su madre le notaba una expresión
rara en los ojos redondos, como de desolación.
─
A este niño le pasa algo –decía su madre para sí. Y le daba vitaminas.
Un
día su primo, que se quedó a dormir con él, estornudó muy fuerte mientras dormía
y el sueño se le escapó. Arturo lo cogió al vuelo y se lo quedó.
Así
empezó su carrera delictiva.
Cuando
Arturo murió, casi a los noventa años, encontraron una habitación en su casa
toda llena de anaqueles llenos de pequeños frascos de cristal, como en las
farmacias antiguas. Cada uno de los frascos llevaba su etiqueta, con la fecha y
la descripción del sueño, y estaban clasificados por temas.
“11 de Mayo del 75” , decía uno, por ejemplo, “Sueño romántico de
adolescente”.
“Sueño erótico”, ponía en otro, “Manejar con cuidado”.
“PESADILLA”, ponía en algunos con grandes
letras rojas, “PELIGRO. NO TOCAR”.
La
gente del pueblo entró a saco y se los llevó todos. Algunos frascos se
rompieron, pero la mayoría llegaron intactos a las casas.
El
alcalde decidió que eran las Ferias del Pueblo, aunque todavía faltaban cuatro
meses para la Patrona.
El
pueblo entero se tiró durmiendo una semana. El alcalde, dos.
Los
turistas no se lo explicaban.