Desde su atalaya otea el horizonte y me da su opinión, que suele ser impertinente, sobre todo lo que ve. Yo a veces lo paso mal porque no me acostumbro a eso de que los demás no le oigan. Yo le oigo perfectamente. El otro día, por ejemplo, había una señora gorda detrás de mí en la cola del supermercado. “¡Vaya real hembra!”, exclamó el muy tunante.
Por lo visto a los duendes les gustan bien rellenitas. El caso es que me pareció que la señora me miraba de forma rara.
A menudo, cuando estoy recostada en el sofá, trepa por mi nariz, se columpia en la montura de mis gafas, y, agarrándose al flequillo, (y anda que no tira, el muy bruto), se me sube a la coronilla. Yo entonces le digo;
─ Sr. Duende, estoy de ti hasta la coronilla.
El entonces se parte de risa y se deja caer por la frente, se cuela debajo de las gafas y se desliza por mi nariz como por un tobogán, para acabar aterrizando en mi ombligo. Allí se pone a bailar y me hace cosquillas. Tiene una risa llena de cascabeles.
Mi duende y yo somos buenos amigos, pero todavía no le he puesto nombre. El dice que no se acuerda de cómo se llama, y yo no acabo de decidirme por ninguno. El caso es que el otro día fui a la farmacia y al lado de la estantería de las cremas para el sol había un niño mas bien pequeño, de la mano de su abuela. Tenía la cara redonda, llena de pecas, y un bonito flequillo pelirrojo. Muy espeso, y de un tono pelirrojo claro, tirando para rubio.
Pues bien, el chico me miró muy serio y me dijo;
─ Tienes un duende en la nariz.
Nadie lo oyó, solo yo. La abuela estaba ocupada pagando un montón de medicinas monedita a monedita, con mucha calma. La farmacia estaba a rebosar de gente, todos esperando a que acabara la abuela.
Me acerqué al chico y le pregunté;
─ ¿A que no adivinas como se llama?
─ ¡Ahí va! Esta chupado. Se llama Nick. Lo pone en el gorro ─me aclaró compasivamente.
En ese momento descubrí que mi pobre duende no sabía leer.
─ Pero seguro que el ya ni se acuerda. Los duendes verdes son muy despistados, pero te mueres de risa con ellos. Los azules son mucho más listos pero son unos empollones cargantes, a mí me caen fatal.
Mientras tanto, mi duende Nick se dedicaba a hacer tonterías por mi cara. Se colgaba con las manos de las gafas, se apoyaba en la nariz con un solo pie, vaya, que estaba luciendo todas sus habilidades. Yo me daba cuenta de que lo quería era impresionar al chico pelirrojo, ahora que por fin había encontrado a alguien que podía verle.
Al final no lo resistió más. Me dio un golpecito en la frente, como el que llama a una puerta, y me dijo;
─ Ahora tengo que irme.
Después hizo una cosa sorprendente; se agachó y me dio un beso, justo en la punta de la nariz. No os creáis, que la cosa tiene su mérito, porque os recuerdo que yo estaba de pie. Acto seguido dio un triple salto mortal, (ya os he dicho que está bastante loco), y cayó en la cabeza del chico, desde donde se deslizó hasta agarrarse al flequillo pelirrojo, que le tenía fascinado.
El niño me miró, se encogió de hombros, y se largó con mi duende, tan pancho.
Al mirarlo como se iba me fijé en que tenía una nariz muy pequeña. “Este va a tener que dormir encogido”, pensé. “Bueno, pues que se aguante”.
Vera, 4 de Abril de 2011
Voy a ser la primera del comentario. He leído el del duende, muy gracioso y de tu estilo. Se sonríe y eso es algo. Besos María Luisa
ResponderBorrarJo, que moderna.
ResponderBorrarGracias, ML y anónimo. Eso de sonreír siempre está bien, con eso me doy por satisfecha.
ResponderBorrarMuy buenos tus cuentos pili.
ResponderBorrarLos leo todas las semanas.
¿Quien eres, anónimo?
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