Las puertas del metro se
abrieron de golpe y unas treinta o cuarenta personas nos empeñamos en entrar,
todas a la vez, mientras otras treinta o cuarenta luchaban por salir del vagón
simultáneamente. Tras sobrevivir a la batalla, algo maltrechas, María Luisa y
yo conseguimos encajarnos en una esquina, muy cerca de una pareja de aspecto
estrafalario. Ambos eran jóvenes, y él tenía una pinta tal que no me hubiera
gustado nada encontrármelo en un callejón solitario. Llevaba una cazadora
negra y lucía un corte de pelo bastante
macarra, rapado por los lados y mas crecido por el centro. Por el cuello le
subía lo que parecía el tatuaje de un dragón. El aspecto de ella no era mucho
mejor: llevaba un vestidito barato, negro, sin tirantes, tatuaje de corazón atravesado
por flecha en la clavícula −de tamaño natural y a dos colores− y una
chaquetilla vaquera, lo cual no hubiera sido tan grave si no fuera porque
estábamos en lo más crudo del mes de Enero, y, en Madrid, en la calle y a
aquella hora, la temperatura no subía de los cero grados.
Pero ellos no parecían tener
frío:
─ ¿Te he contado ya lo que te voy a hacer? ¿Eh? ¿Te lo he
contado? ─le decía él acercándosele aún más y mirándome a mí de reojo.
─ ¿Qué me vas a hacer, eh? Dime, ¿qué me vas a hacer? ─ respondía
ella picarona, restregándose contra él, aprovechando las apreturas.
Yo les escuchaba muy digna
poniendo cara de póquer y les enseñaba la oreja, consiguiendo a duras penas
controlar la risa. Estaba convencida que la conversación estaba destinada en
parte a escandalizarnos a María Luisa y a mí, dos respetables señoras de
mediana edad. Por mi parte no había el menor inconveniente. Estaba deseosa de
ser escandalizada. Todavía nos faltaban unas cuantas paradas hasta llegar a
nuestro destino, y me parecía una forma como cualquier otra de pasar el tiempo.
En realidad, casi mejor que cualquier otra que estuviera a mi alcance en ese
momento.
Por parte de María Luisa
tampoco había ningún problema, porque no se estaba enterando de nada, como
suele sucederle. Andaba pensando en las musarañas, que es una de sus
ocupaciones preferidas, con la mirada perdida en el infinito. Vamos que ella vive en un universo paralelo.
Mientras ML flotaba en su
nirvana particular, la pareja continuaba con la conversación;
─ Pues esta noche no, esta noche te voy a hacer otras
cositas, porque todavía es muy pronto. Pero el lunes te voy a… ─ y pegaba la
boca al oído de ella y le explicaba, claramente con todo lujo de detalles, lo
que le pensaba hacer el lunes. Para acabar de aclararlo, abría la boca, sacaba
mucho la lengua y se dedicaba a mover la punta, de una manera de lo más
asquerosa. Ella abría mucho los ojos y fingía escandalizarse, aunque era
evidente que estaba encantada con la conversación.
─ Bueno, eso será si yo te dejo, ¿no? ─Mirada insinuante
por parte de ella y caída de ojos.
─ ¿Y qué, me vas a dejar? A mí me parece que sí, que me
vas a dejar. ─Restregón por parte de él y mano directa a la cintura, resbalando
hacia la nalga.
Con razón no tenían frío los
puñeteros. Si hasta yo me estaba poniendo a cien, y eso que ando al filo de la
menopausia.
Y que no me van nada los
tatuajes.
En ese momento el tren
aminoró, sonó la campanita y se oyó por los altavoces: “PRÓXIMA PARADA: CUATRO
CAMINOS”.
Una nueva avalancha humana
decidió salir, preferentemente atravesando mi persona, mientras otros tantos
pugnaban por entrar. Tras la debacle me encontré al lado de un adolescente
granujiento con fuerte olor corporal y algo alejada de Romeo y Julieta. Pero
¡Ah! una tiene recursos. Utilizando el viejo truco del paragüitas en costilla
ajena ─ “Ay, perdone, perdone, no me he dado cuenta. Es que vamos tan
estrechos… ” ─conseguí recuperar posiciones. Es que la cosa no tenía
desperdicio.
La conversación continuaba;
─ Bueno, y tú qué has “pensao” ─le preguntaba ahora él
acariciándole la oreja.
─ Yo no he “pensao na” ─ respondía ella, y doy fe que no
tenía pinta de pensar muy a menudo. A lo más en los años bisiestos.
─ Pero algo habrás “pensao” tú “pa mí” ─ insistía el
hombre.
─ Ah, pero eso es una sorpresa.
─ Mmmm. ¿Una
sorpresa? ¡Mmmmmm! Pues a mí me gustan
mucho las sorpresas…
Aquello se estaba poniendo
repetitivo, así que decidí pegar cuatro codazos y acercarme a donde estaba ML,
soportando estoicamente al adolescente apestoso. Tras varias paradas el vagón
quedó medio vacío, así que conseguimos pillar un par de asientos. En el otro extremo, aquellos dos
seguían tonteando y susurrándose guarradas al oído, mientras nosotras
aprovechamos para estirar las piernas y cotillear un poco:
─ ¿Has visto a esos dos? ─
Le pregunté a mi amiga.
─ Y tanto. Y vaya repaso que
le está dando él a ella.
Al parecer incluso en el Nirvana
tienen ojos.
─ Mutuamente, diría yo.
Ahora nos reímos las dos.
El metro continuaba con su
traqueteo y un poco después volvieron a sonar los altavoces; “PRÓXIMA PARADA:
GUZMÁN EL BUENO”. Se abrieron las puertas y entró un chaval alto, rubio y
razonablemente guapo. Limpio y sin granos. Miró alrededor buscando asiento,
vio a la chica al fondo y la llamó;
─ ¡Sonia!
Después de llamarla se dio cuenta de que iba acompañada y
retrocedió, un poco cortado.
Ella se giró hacia él:
─ ¡Miguel! ─ exclamó encantada. Se separó de su
acompañante sin contemplaciones y cruzó rápidamente el vagón, saltando por
encima de nuestras piernas.
─ Madre mía, cuánto tiempo. Anda que llamas. ─le regañó,
fingiéndose enfadada pero sin poder dejar de sonreír.
─ Llegué anoche. Te he llamado varias veces a tu casa pero
no había nadie. No me llegaste a dar tu móvil.
─ ¿De verdad? ¿De verdad me has llamado? La verdad es que
no paro en casa.
A ella se la veía totalmente embelesada.
─ Claro, tonta. Ven.
Y ambos se fundieron en un estrecho abrazo, ante la
mirada atónita de Romeo. Y después, en un beso de tornillo.
El muchacho los miró
petrificado desde la otra punta del vagón. Sin pestañear. Juraría que hasta se
le encogió el tatuaje. Después miró las puertas del vagón, que aún no se habían
cerrado. Y antes que nos diéramos cuenta, pegó un salto y se plantó en el
andén. Se alejó a paso rápido sin volver la cabeza. Pobre.
La chica casi ni lo miró.
─ ¿Y ése? ─le preguntó el tal Miguel.
─ ¿Ése? Uno que se creía que todo el monte es orégano.
*****
Pilar Candau Chacón.
Vera, 24 de Abril de
2012