Hay una mujer
sentada en el tejado. Acurrucada, con cara de frío. Parece que se vaya a
escurrir entre las tejas. Es morena, desgreñada, y tiene pinta de llamarse
Teresa. ¿Por qué Teresa? No me lo pregunten. Yo solo digo lo que veo.
Tal vez debería acercarme
y decirle algo, pero ¿qué se le dice a una mujer que está sentada en un tejado?
Desde luego, no “Buenas tardes, ¿cómo está usted?”, ni tampoco “Hay que ver el
frío que está haciendo esta semana”. Eso no vale. Eso son cosas que se le dicen
a la gente que sube contigo en el ascensor, a la gente normal y corriente.
Gente “como Dios manda”.
Esta debe ser una
pirada. Una no tiene mucha práctica en el trato con pirados. Las monjas no me
enseñaron nada de eso, y tampoco mi madre, pobrecita, que en Gloria esté.
¿Y si probara con “¿Le
apetece un té o un café?” Porque lo que está claro es que no puedo dejarla ahí
y desentenderme, como si fuera una veleta humana, o algo así. Pero es que esta
es morena, no parece que le vaya mucho el té.
Si tuviera pinta de inglesa, quizás… Los ingleses son tan educados…
Seguro que le saltaba el piloto automático.
Ahora agacha la
cabeza. Tiene algo entre las manos. Parece una ramita. ¿Será un porro? Que va,
no. Tiene razón Felipe cuando dice que estoy obsesionada. Pero a ver, ¡por la
tele se oye cada cosa!
Ahora hay alguien más
en el tejado, alguien que se acerca por detrás. Parece un hombre, joven. Ella también
es joven, y algo mugrienta. Esto de los tejados debe de ser una nueva moda,
como lo de Gran Hermano, o algo así. A lo mejor hay una cámara oculta,
grabando. ¡Que emocionante! ¿Me sacarán a mí? El chico se acerca con cuidado, agarrándose
a la chimenea. Mas vale que se sujete bien, no vaya a resbalarse. Ahora se
sienta a su lado, y le pasa un brazo por el hombro. Le está diciendo algo, pero
ella sigue con la cabeza agachada, sin moverse. De vez en cuando la gira
despacio, como diciendo, “No, no, no”.
El sigue hablándole, las cabezas muy juntas. Quizás sean dos enamorados.
Quizás han discutido y ahora están haciendo las paces, que romántico. Pero ¡vaya
idea, subirse al tejado! Yo, cuando me enfado con Felipe, me voy de compras. Y
si me enfado más, a casa de mi madre unos días, para que aprenda. Eso siempre
funciona.
Ha empezado a
llorar, vaya por Dios. Es un llanto angustioso. Desde aquí no la oigo pero por
el movimiento de los hombros se nota que llora desconsoladamente, algo se le
está rompiendo por dentro. Es desgarrador.
Pobre chica.
Lástima de criatura, si es que los hombres son todos iguales. Aunque a saber
por qué llora.
Al fin parece que
la convence, él se ha levantado y ahora se está incorporando ella. De vez en
cuando da un hipido, pero ya se la ve más tranquila. Con cuidado, él la ayuda a
que se sujete a la chimenea, le dan la vuelta y ahora están bajando por la
parte de atrás, agarrándose a la antena. Dios mío, estos son capaces de
resbalarse, vaya dos. Pero no, se les oye detrás de la casa.
Los veo a través
del seto.
Se abrazan. Vaya
mundo de locos.
Pero bueno, menos
mal.
Al menos esta
mañana de sol no va a suicidarse nadie.
Vera, 22 de Enero
de 2011
De los que me encantan: finales sin espectaculares golpes de efecto.
ResponderBorrarUn precioso relato de soledad.
No quiero saber si era un final anunciado, descendieron, eso es lo que cuenta.