¿Que
por qué estoy aquí? ¿Quiere usted saber por qué estoy aquí? Pero si
precisamente he venido a eso. A contárselo.
Verá;
Ese día estaba yo muy cansada. Había tenido muchísimo trabajo en el despacho y
tenía una jaqueca terrible. Para colmo hacía una tarde de perros, así que
decidí irme a casa un poco antes. Como una hora antes, para ser más exactos.
Cuando
llegué me encontré la puerta abierta, un poco entornada. Eso me extrañó, pero
no demasiado, si quiere que le diga la verdad. No era la primera vez. Alberto
es muy despistado, y pensé que se la había dejado abierta al irse a la tienda.
─Sí, es que él tiene una tienda. De muebles de diseño─. Lo que me pareció más
raro era que hubiera dejado encendidas tantas luces. Con eso suele tener más cuidado,
siempre se está quejando del recibo. Estaba encendida la del recibidor, alguna
en el salón, la de la cocina. Creo que hasta la del baño. Sobre la encimera de
granito de la cocina vi dos copas sucias, de esas triangulares que se usan para
los martinis. Del salón llegaba una música suave, algo de jazz. Miles Davis,
seguramente. Es un forofo de Miles Davis.
A
partir de ahí todo lo recuerdo como a través de una bruma. Parece que no me
hubiera sucedido a mí, que lo hubiera visto en una película. De verdad.
Recuerdo
que caminé hasta el salón, y apagué el tocadiscos mecánicamente. Sobre la
mesita de centro vi otras dos copas. Y había ropa esparcida por el sofá, por la
alfombra. Pero era toda de hombre.
Eso
no lo entendí. Desde que vi las dos copas en la cocina temí encontrarlo con
otra mujer. No hubiera sido la primera vez, aunque nunca se las había llevado a
casa, que yo supiera. Así que busqué por el sofá algún sujetador, medias,
quizás unas bragas. O una falda. Pero era toda ropa de hombre.
Algunas
prendas eran de Alberto, pero otras no las conocía.
Allí,
parada, me giré en dirección a la puerta del dormitorio, que estaba
entreabierta. Oí unas voces sofocadas. Claro, ya sabían que estaba allí. Como
apagué el tocadiscos… Me obligué andar. Me obligué, porque mis piernas no me
obedecían. Solo querían salir corriendo de allí, alejarme para siempre. Pero yo
las obligué a andar.
Lo
primero que vi, antes de llegar al umbral, fue un pie desnudo, medio enrollado
en la sábana. Esa imagen nunca la podré olvidar. Un pie de hombre, cubierto de
fino vello rubio, asomando inclinado por
entre mis sábanas. Porque no era su pie. Alberto es moreno. Era el pie de un
desconocido.
Luego
los vi. A los dos. Mi marido y un muchacho con pinta de inglés. Desnudos, sentados
en la cama, cubriéndose con las sábanas de color crema ─mis sábanas, de mi
ajuar─, apoyados contra el cabecero. Mirándome.
Se
les veía atrapados. Allí, tan quietos. Mirándome con aquellos ojos tan
redondos.
Ahora,
al recordarlo, pienso que hubiera debido gritar, romper algo. Creo que hubiera
sido más sano. En cambio, me quedé allí helada, sin reaccionar. Sin poder
apartar la vista de ellos. No podía entenderlo; ¿Qué hacían esos dos así?
¿Quién era ese hombre? ¿Qué hacía allí, metido en mi cama? ¡Pero si parecían
dos maricas! Pero no podía ser, era
imposible.
Recuerdo
que a lo lejos se oyó la sirena de una ambulancia. Me pareció que tardaba una
eternidad en atravesar la calle.
Yo sabía que Alberto no era ningún marica.
Lo
sabía a ciencia cierta. Como sólo lo puede saber una mujer, usted me entiende.
El
sonido de la sirena se fue debilitando, hasta desaparecer.
Un
vicioso, eso es lo que es. Líos con mujeres, los ha tenido a montones, y yo
siempre me he hecho la tonta. Como si la cosa no fuera conmigo. Pensaba que en parte era culpa mía, que yo no
era suficiente para satisfacerlo. Es que parecía insaciable.
Pero
¿un hombre?
Si
le digo que a día de hoy todavía no lo comprendo.
Lo
que sí sé a ciencia cierta es que durante esos minutos infinitos que estuve
allí parada, mirándolos, oyendo la sirena de la ambulancia, algo se me rompió
por dentro, algo hizo click. Casi pude oír como crujía dentro de mi pecho. Desde
ese preciso instante mi vida cambió para siempre. Si le digo que ya no soy
capaz de mirar a un hombre a los ojos. A ninguno. A usted tampoco, no crea.
Al
final me di media vuelta, cogí algo de la ropa que estaba sobre el sofá y se la
tiré a Alberto. Le dije:
─
Vístete. Te vas a enfriar.
Al
otro ni lo miré.
Después
me volví al salón y me puse a recoger automáticamente la ropa que quedaba
tirada. Siempre he sido muy ordenada. La doblé y la dejé apilada encima del
sofá. A continuación, sin pensar en nada ─ya le digo, era como una zombie─, me
llevé las copas a la cocina y las fregué. Me las había regalado mi hermana.
Los
oí hablar en la habitación mientras se vestían pero no era capaz de
escucharles. En cuanto terminé con las copas cogí el bolso y me fui.
No
he vuelto a entrar en esa casa.
Desde
entonces estoy viviendo con una compañera de trabajo. Es un verdadero ángel, ella
se encargó de todo. Trajo algunas de mis cosas, en fin, ya se imagina. Lo
imprescindible.
A
los pocos días Alberto me llamó por teléfono. Vi su llamada en el móvil, pero
no tenía nada de qué hablar con él. Para mí era un completo desconocido. Me
había casado con un desconocido, ¿usted lo comprende? Y lo venía a descubrir
ahora, después de tantos años.
Me
llamó varias veces, hasta que al final se cansó. También me llamó uno de sus
amigos, para tratar de intermediar, pero le corté en seco. ¡Faltaría más!
Finalmente
decidí venir aquí, a verle a usted. Mi amiga me dio su número. Está empeñada en
que busque un abogado, que tramite el divorcio, pero a mí eso me da igual, no
tengo prisa. Ya lo haré más adelante. Ahora mismo siento que lo que necesito es
un psicólogo, y aquí estoy.
Quiero
que usted me ayude, que me lo explique. Que me diga por qué Alberto se ha
vuelto homosexual a estas alturas, cuando de toda la vida ha sido un mujeriego
terrible.
Porque
es que yo por más vueltas que le doy no consigo comprenderlo.
Vera,
17 de Noviembre de 2013
Gracias Marta. Pues sí, estaría bien, pero no da una a basto. (¿Se escribe así? que me responda la profesora) . De todas formas, aunque intento seguir los condicionantes de cada ejercicio, a veces me voy por los cerros de Ubeda (como ya habrás observado) no por nada, sino porque a una se le ocurre lo que se le ocurre. No consigo meter en cintura a mi imaginación.
ResponderBorrarUn abrazo y Feliz Navidad.