- Mire
usted, a ver como se lo cuento. La culpa de todo la tuvo el telegrama, el
maldito telegrama. Hasta que llegó, nosotros no teníamos ningún problema, pero
ninguno. No éramos más que dos viejos que vivíamos tan tranquilos en su pueblo,
sin hacer daño a nadie. Nos apañábamos
con las dos pensiones. Una miseria, sabe usted, pero aquí en el pueblo nos
arreglamos con bien poco. Pues eso, cuidábamos el bancal, ahí sacábamos algún
dinerillo, con las patatas, las tomateras y el huerto y cuatro naranjos, pues tan ricamente. Espere, espere
usted, que le voy a dar unas cuantas naranjas.
- A
ver, Juan, no tiene usted que darme nada. Se lo agradezco, pero cuénteme lo del
telegrama.
- Nada
mujer, nada, no hay nada que agradecer. Ya verá que buenas, estas no son como
las de los supermercados, que son puro aguachirle. Ya verá, ya.
Como
le iba diciendo, pues, que el Andrés y yo siempre hemos vivido muy tranquilos,
sin meternos con nadie. Claro que cuando jóvenes teníamos nuestras novias, no
se vaya usted a pensar. Pero la cosa no resultó, ni para él ni para mí. Yo
rondaba a una moza de Cantoria, y bien guapa que era. Pero al final se casó con
un camionero de Córdoba y se fueron a la Argentina, y de mí ni acordarse. Y eso
que le escribí varias veces. Le mandaba mis dibujos, hasta poesías le mandé. Antonia,
se llamaba, y tenía unos ojos como dos luceros. No me ponga usted esa cara, que porque los
pobres no tengamos estudios no quiere decir que no tengamos sentimientos.
Tantos como cualquiera, a ver. O que se
cree.
No
mujer, no se disculpe, si da igual. Ahora ya todo da igual. Unos años después
se murió el camionero, o eso me dijeron los primos, pero ya no volvió a
aparecer por aquí. Le volví a escribir, pero nada. Ni respondió siquiera.
No
era buena, esa mujer. Le digo yo que no era buena.
¿El Andrés? ¡Ay, de ese ni le cuento! Un
conquistador estaba hecho. Sí ríase, mujer, ríase. Mire la foto, mire que
apañado que estaba. El de la izquierda, el guapo. El otro, el de la derecha soy
yo. Mi hermano cuando joven era un galán. Se llevaba a las mujeres de calle.
Por donde iba arrasaba.
- Y
el telegrama…
-
Tranquila, tranquila, que cada cosa a su tiempo. Hay que ver que prisas llevan
ustedes siempre, los de la capital. Pues el telegrama llegó el jueves pasado,
lo trajo el Agapito. El cartero, mujer,
¿quién va a ser? Y nos quedamos los dos (el Agapito y yo) esperando a
que el Andrés lo abriera para enterarnos de qué ponía, que no se crea usted que
llegan muchos telegramas al pueblo. De uvas a peras. Pero que si quieres arroz,
no le dio la gana de abrirlo delante de
nosotros. Lo cogió, se lo metió en el bolsillo, y se largó tan pancho, y ahí nos dejó a los dos
con un palmo de narices.
Plantaos,
nos dejó.
-
Pero usted dijo en la comisaría que lo había leído.
-
¡Pues claro! En cuanto se durmió esa noche, le hurgué en el pantalón y allí
estaba. Bien dobladito en el bolsillo. Ponía;
“Llego domingo Madrid.
Vuelo Buenos Aires, 14.30, terminal 4, Barajas. Deseando verte. Un abrazo.
Tu Antonia”
¡Tu Antonia!
Venía de Buenos Aires, de la Argentina.
- ¿Y
nada más?
-
¿Cómo, nada más? ¿Es que no tiene usted bastante? Era de la Antonia, ¡Mi Antonia! Y la muy pendeja le escribe a él. Si le digo
yo que esa mujer no es buena. Cuando lo leí me puse como loco. “A este lo mato
yo” pensé. “A este lo mato. Al cabronazo este de mierda”. Es verdad, lo
reconozco. Eso fue lo que me pasó por la cabeza. Y que de haber podido la
hubiera matado a ella en ese mismísimo momento. Como hay Dios que lo hubiera
hecho. Lo único que Buenos Aires me pilla un poco retirado, ya ve. Si le digo
la verdad, tenía pensamiento de ir a Madrid este domingo, pero aparecieron
ustedes montando jaleo, con los coches patrullas y todo eso, que parecía esto
una feria. Que tampoco es para tanto, digo yo.
-
¿Le parece a usted que un asesinato no es para tanto?
-
¡Asesinato! ¿Qué asesinato ni que niño muerto?
Un accidente sin más, otro viejo que se muere, ya ve que cosa.
-
Pero entonces ¿mató usted a su hermano o no lo mató? Porque usted firmó una declaración en la
comisaría. Usted confesó que lo había matado.
-
¡Mujer! Matar lo que se dice matar… lo maté un poco solo. No del todo. Lo único
que el Andrés siempre fue un blanducho,
no tenía ni media bofetada. Mucha fachada, pero nada detrás. Y lo de la comisaria, ¡qué sé yo! Si me traían
loco a preguntas. Que yo no soy más que un pobre viejo, con tal de que me
dejaran en paz, firmé lo que se les puso a ellos.
- ¿Dice
usted qué lo mató un poco solo? A ver, Juan, deje ya de decir disparates. O se mata
a la gente o no se le mata. A ver cómo le explica usted eso al juez.
-
Así fue, y no se me engalle usted señorita, que no tengo yo necesidad de pasar
disgustos. Así me agradece usted las naranjas. Que yo se lo voy a explicar y
usted lo va a entender, clarito, clarito. Con lo bonica que es usted de cara
¡Vaya mujer brava! Que lo que pasó es que cuando leí el telegrama me puse como
loco…
-
Eso ya lo ha dicho. Abreviando, Juan, abreviando.
- …
y lo sacudí para que se despertara. Pero no había plan, que estaba borracho
como una cuba. Cagado del susto del telegrama, que le digo, que no se le había
ocurrido otra que emborracharse. Asustado de vérselas con una hembra de verdad,
ese era mi Andrés. Y tanta rabia me dio
de que fuera tan cobarde que el di un empellón, y de esas lo mandé directo a la
cocina.
- A
la chimenea, quiere decir. A su hermano lo encontraron junto a la chimenea.
-
Eso, mujer, si es lo mismo. Que aquí la
llamamos así. Y con tan mala pata le empujé que se dio con el filo y se abrió
la cabeza. Que a ver qué culpa tengo yo de eso. La culpa será del albañil, que
quien les manda a ellos poner esos ladrillos tan filosos.
-
Del albañil. La culpa, del albañil.
- Y
tanto. Y de mi hermano por borracho y
calzonazos. Lo que yo le diga.
-
Está bien, Juan. Acérqueme el bolso, haga el favor. Creo que ya lo tengo todo claro, de todas
formas mañana me pasaré otra vez para seguir preparando su defensa. No se le
ocurra salir de la casa por nada, le recuerdo que está usted bajo fianza.
- No,
mujer, no. Adónde voy a ir yo, con todo el pueblo pendiente, que son unos
goleores (*). Mejor me quedo en mi casita. Hala, a seguir bien, mujer. Y no se
deje usted las naranjas. Ya verá que ricas. Y defiéndame bien, que le voy a
preparar para mañana unas patatas que ya verá, ya.
Vera,
2 de enero de 2014
(*)
goleores = cotillas. (de oler, husmear, oledores… goleores).
Gracias Marta. Sospecho que eres casi mi unica lectora. Un beso.
ResponderBorrarHola Pilar. Soy Mariló. Un relato cargado de frescura que me ha hecho sonreír más de una vez. Te seguiré leyendo pero poco a poco porque tienes ¡un montón! de relatos. Un beso
ResponderBorrarHola Pilar. Soy Mariló. Un relato cargado de frescura que me ha hecho sonreír más de una vez. Te seguiré leyendo pero poco a poco porque tienes ¡un montón! de relatos. Un beso
ResponderBorrar