lunes, 4 de agosto de 2014

VEINTE DE NOVIEMBRE DE 1975





Cuando me dijeron que al fin se había muerto creí que no iba en serio. Franco llevaba muriéndose no se cuantos días y no acababa de terminar, así que una broma habitual entre nosotras era: 
─ ¡Que ya se ha muerto Franco!
─ ¿De verdad?
─ ¡Que no, tonta!
Tanto es así que recuerdo haber realizado un dibujo con una lápida que ponía:








 




R.I.P.
Aquí descansa
Francisco Franco
Muerto el día
1-1-2200





Lo de Bahamonde no sabía escribirlo. Después de todo no éramos más que un puñado de colegialas tontas. 
Pero cuando murió de verdad una ola de silencio y preocupación inundó el colegio. Las monjas se deslizaban cabizbajas y serias por los pasillos. En mi casa mi padre parecía preocupado, y durante varios días no nos dejó salir a jugar al parque que había debajo de casa, ni juntarnos con la pandilla que se reunía allí. Sólo íbamos del colegio a casa y vuelta, y eso porque estaba a cinco minutos. La televisión estaba siempre puesta, y nada más que se veían escenas del velatorio y de las colas de pésame interminables, la biografía edulcorada del Caudillo y música de Réquiem
Yo no entendía nada y me agobiaba el encierro:
─ Pero ¿qué puede pasar porque salga, a ver?
Y mi padre, muy serio, me respondía:
─ Tu eres una criatura que no estás en el mundo, pero cuando pasan cosas así puede haber revueltas, disturbios…  de momento mas vale que te quedes en casita. Cógete una novelita, ─ me la enseñas primero ─, dibuja, yo que sé, entretente en algo. 
Mi madre, en la cocina, aleccionaba a la muchacha sobre el peligro comunista. La chica no decía nada y miraba al suelo, pero en la comisura de la boca se le insinuaba una sonrisilla que no conseguía reprimir.
Las conversaciones de mi madre con la chica siempre eran igual; mi madre daba vueltas, quitaba trastos y hablaba todo el rato, y mientras tanto la chica cocinaba, limpiaba, recogía, lo mas prudente posible, y de vez en cuando respondía; “sí, señora” o “no, señora, no, tiene usted razón”, según cuadrara en la conversación.
Aunque de vez en cuando le daba un arranque revolucionario y se atrevía a comenzar con un:
─ Pues señora, que quiere que le diga, a mí me parece…
Y opinaba.
Mi madre la escuchaba unos instantes en un silencio glacial, y al momento la cortaba con un:
─ Ande, ande, Encarnita, no diga usted disparates. ¡Si sabrá lo que está diciendo! Usted es joven y no vivió la guerra, ni se puede imaginar lo que pasamos.
Durante un par de horas dejaban de hablarse, ofendidas ambas,  pero al final, como se aburrían, acababan haciendo las paces.
A mi madre le encantaba hablar con la muchacha, era su interlocutora preferida, y la primera en enterarse de todas las novedades. Los demás para enterarnos de algo teníamos que pegar el oído a la conversación de la cocina.
Pero los días siguientes a la muerte de Franco las dos miraban las noticias con el mismo interés, en silencio. En la mirada de mi madre sólo había preocupación, y angustia.
En el fondo de los ojos de Encarnita brillaba una lucecita de esperanza.


*****





Pilar Candau Chacón


Vera, 22 de Junio de 2011